martes, 28 de diciembre de 2010

Pájaros en la cabeza

"Y perdí la cuenta de las veces que te amé..."
Extremoduro, Jesucristo García

Empezaron a intimar con las primeras lluvias aciagas de octubre.
En las interminables charlas crepusculares, él le confesaba que le fulminaron sus caderas rotundas, su pelo de fuego y sus labios encarnados, y aderezaba su relato con vagas promesas de pasiones venideras que no podían ser consumadas entonces porque era un hombre ajeno, de una mujer que no tenía caderas rotundas ni pelo de fuego, a la que no estaba unido por el milagro de la complicidad, y a quien en cientos de ocasiones le juró que abandonaría, pero no entonces, sino cuando encontrase la ocasión, porque él era persona de tomarse las cosas tal como vienen, y, como le recordó en tantas ocasiones, el amor no puede ser forzado.
Ella esperó pacientemente los vanos frutos de sus promesas, desesperando en infinitas ocasiones y prometiéndose abandonarlo de una vez por todas a su suerte, forzándose a identificarlo en nuevos hombres que terminaba por desdeñar porque no conseguían perfilar ni la más remota sombra de lo que ella anhelaba, hasta que la fuerza de la costumbre y el agotamiento de la paciencia más inagotable terminaron por demostrarle que el hombre a quien había amado durante tanto tiempo no era sino el producto vano de la más vana y ferviente imaginación, y que la dicha pasajera y el cansancio que siempre habría de vincular a su recuerdo jamás bastarían para desvanecer sus propias e incontenibles ansias de continuar la búsqueda, aplazada en innumerables ocasiones a fuerza de confiar en la que en incontables veces confió que sería la última vez que esperaba casi sin esperanzas a que probablemente no sucediese nada.

Sweet

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