I
Cuando conocí a Elías, yo trabajaba en la librería que mi tía Cristina tenía en el centro. Por lo visto, aquel trabajo de mierda era lo máximo a lo que podía aspirar alguien con unos intereses como los míos. Yo tenía veinte años y no había un día en el que no me preguntara qué coño estaba haciendo con mi vida.
Aquel día estaba a punto de cerrar y Elías entró por la puerta lateral. Había tenido un día horroroso entre pedidos y facturas, así se me olvidó todo el código de protocolo con el cliente y fui todo lo agradable que era normalmente, que solía ser poco.
-Estaba cerrando, pensé que había echado la llave de la puerta principal.- le dije.
-Lo sé, pero necesitaba urgentemente un manual. Además, la puerta lateral estaba abierta.
-Deberías haber llamado, al menos. Pasa. Ni se te ocurra decir por ahí que atiendo aún estando la puerta cerrada.
-Parece que has tenido un mal día.
-No solo lo parece.
Así que le vendí aquel puñetero manual. Me invitó a un café y yo pensé que no estaría mal despejarme un poco antes de volver a casa. Aunque sí que estuvo mal. Claro que yo no podía saberlo entonces.
II
Una semana después, sonó el teléfono de la librería. Yo estaba en la trastienda, desempaquetando un pedido enorme de esa mierda pseudo intelectual que la gente lee sólo porque son los libros más vendidos del momento.
-Librería Beckett, dígame.
-Ana, soy Elías. Pasaré por la tarde haciendo recados por el centro. Me preguntaba si te apetecería tomar una copa al cerrar.
Acepté. El tío medía uno noventa y tenía esa seguridad chulesca que me resultaba al mismo tiempo tan molesta como intrigante. Tenía los ojos azules. No me gustaban los ojos azules, me daban la sensación de vacío.
Por lo visto, siempre había querido ser guitarrista. Incluso había formado parte de una banda, pero había tenido que dejarlo cuando tuvo un accidente. Algo relacionado con la mano derecha, pero ahora no lo recuerdo. Tenía una enorme cicatriz en esa mano. Yo siempre me fijaba mucho en las manos de los hombres. Las manos de Elías eran excesivamente femeninas, pero aquella marca consiguió ablandarme. De hecho, probablemente nunca hubiese pasado lo que pasó después de no haber sido por aquella cicatriz.
III
Aquella noche Elías me contó que tenía novia. Hizo un par de comentarios obscenos sobre mis labios rojos y luego insistió en acompañarme a casa. Para entonces, las copas que había tomado me hicieron obviar aquellas manos femeninas y sus ojos vacíos, así que lo invité a subir.
No recuerdo muy bien cómo, pero cuando quise darme cuenta, estaba sin ropa sobre la cama. No era muy bueno. Le guié un par de veces hacia donde realmente estaba lo que él pensaba que estaba donde estaba tocando, pero nunca hacía caso. No llegué al orgasmo. En realidad nunca llegué durante aquellos dos años.
-¿Te ha gustado?- me preguntaba después.
Nunca insistía. Él ya sabía la respuesta, pero era feliz sin que yo la verbalizara.
IV
Diez meses más tarde, todo seguía igual. Elías seguía estando con Valeria y yo le invitaba a subir a casa después de un par de copas al terminar el turno en la librería.
A mí me tocaban la fibra sensible algunos temas: la cicatriz de la mano, la forma en la que me decía <deberías dejar ese trabajo>, los calzoncillos descoloridos en el suelo, los pelos pelirrojos en la barba, la forma de separarme las piernas, cómo me besaba la cintura o incluso aquel estúpido gusto por la música electrónica; pero cuando me sentía cómoda con un hombre, no podía evitar fijar en mi mente la imagen de dos personas sentadas frente a un café, en silencio porque ya no tienen nada que decir, porque ya lo saben todo el uno del otro y porque ya no hay nada que pueda sorprenderles, y a mí lo que me iba era imaginarme al caballero de turno en aquella situación y luego morirme lentamente por dentro, sin atreverme a decir nada.
V
Así siguieron transcurriendo los meses. Hasta aquella mañana.
-Ana, me estoy volviendo loco. Tengo que terminar con esta situación, tengo que tomar una decisión.
-Está bien. Me gustaría verte esta tarde. Pasa por casa sobre las seis.
Claro que cuando vino a verme, él ya sabía a la perfección lo que tenía que hacer. Y por otra parte, eso fue exactamente lo que hizo.