Ella era una soñadora, una de esas personas de alma sutil que encuentran poesía en lo vulgar de la ropa tendida al sol. Una de esas mujeres que buscan a un bailarín experimentado de la cuerda floja para hacer malabarismos con sus silencios a media tarde. Y lo encontró.
Él era un mimo de lo cotidiano, un escultor de las palabras. No tardó en hacerla actriz principal de los poemas más tórridos, de los relatos más leves y de las funciones donde el mundo no era más que un simple extra sonrojado a la sombra de la presencia de ella. Era un simple títere mecido en manos de la poesía, a la que se acostumbró a tratar como a ese monumento adolescente que se podía permitir el lujo de rehusar un baile con un tipo como él. Exactamente igual que su musa.
Sweet